Los clavos |
Había un niño que tenía muy mal carácter. En
cuanto alguien le llevaba la contraria perdía la paciencia y se ponía a
discutir. De hecho, por su forma de ser, se estaba quedando sin amigos.
Él se daba cuenta pero no sabía cómo podía
cambiar, así que le pidió ayuda a su padre.
-¿Podrías ayudarme a tener mejor carácter, a
ser más amable?
-Mira, vamos a hacer una cosa. Te voy a dar
este martillo y esta bolsa con clavos. Quiero que cada vez que te enfades, que
discutas con alguien, que pierdas la paciencia... claves un clavo en esa puerta
de ahí.
-Vale -contestó el hijo sin saber muy bien si
eso serviría para algo.
El primer día el niño clavó nada más y nada
menos que 30 clavos detrás de la puerta. El segundo día intentó controlarse y
consiguió clavar solo 25. El tercer día clavó 20 y así, poco a poco, comprobó
que cada vez necesitaba usar menos el martillo, que estaba consiguiendo
controlar sus enfados y discusiones.
Y llegó el día en el que no clavó ninguno.
-¡Ya está, ya lo he conseguido! -le dijo a su
padre- Hoy no he clavado ningún clavo.
-Muy bien, pero aún no hemos acabado, ahora
debes quitar un clavo por cada día que pase sin que te enfades.
Fueron pasando las semanas, los meses... hasta
que en la puerta ya no quedaba ni un solo clavo.
-¡Papá, papá, ven, ya no queda ni uno! -le
dijo con alegría.
-Muy bien, hijo, has hecho un gran trabajo. Estoy muy orgulloso de ti. Felicidades.
Eso sí, ten en cuenta que esa puerta
nunca volverá a ser la misma.
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