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domingo, 18 de octubre de 2020

Cuento: "El anillo"


 

El mensaje del anillo

 —Me están fabricando el mejor anillo del mundo, con el diamante más grande —anunció el emperador a sus consejeros—, y me ha dicho el oráculo que debajo de la piedra debo inscribir un mensaje mágico, un sortilegio para los momentos de desesperación. ¡Ayudadme a buscar la frase!

Durante tres días y tres noches, nadie durmió en el palacio. Todos querían ofrecer la mejor frase a su emperador, un hombre generoso que sabía recompensar a los que le servían bien.

Le presentaron tratados de astronomía, textos en arameo y fórmulas matemáticas de gran complejidad. El emperador las rechazaba desesperado: ¡solo necesitaba dos o tres palabras capaces de dar aliento! Y ninguno de sus sabios lograba encontrarlas.

—Señor, sé que no sé nada, soy solo un humilde labrador —le interrumpió un anciano—, pero a veces se sabe más por viejo que por inteligente. En mi larga vida he conocido a mucha gente que ha pasado calamidades. He perdido cosechas, pastores a los que los lobos habían matado todo su ganado…

El emperador prestaba atención al campesino, que continuó:

—Pero lo más maravilloso que me ha sucedido fue la visita de un peregrino al que di cena y lecho. A la mañana siguiente, para agradecerme mi hospitalidad, me dio un mensaje que me ha sacado de todos los apuros. Os lo puedo dar…, pero debéis esconderlo en el anillo y leerlo solo cuando no encontréis salida a una situación, cuando todo lo demás haya fracasado.

Impresionado por aquella historia, el emperador aceptó el mensaje misterioso, que estaba cuidadosamente doblado y lacrado. Lo entregó al joyero para que lo situara bajo el diamante y se olvidó del asunto.

Un año después, el país fue invadido y el gobernante tuvo que huir solo a caballo. Tras cruzar un bosque y escalar una escarpada montaña, se encontró frente a un precipicio con los enemigos cortándole la salida.

Al pensar que el final había llegado a buscarlo, se acordó del anillo que llevaba puesto desde aquel día en su dedo anular.

Arrancó el gran diamante y desplegó el papel que el campesino le había entregado con tanto cariño: «ESTO TAMBIÉN PASARÁ».

El emperador se dijo que era cierto. Tanto si lo mataban como si caía por el barranco, el mal trago acabaría pasando.

Mientras pensaba en todo esto, se hizo el silencio y una paz suave pareció llenarlo todo. ¿Sus enemigos se habían perdido por el bosque? ¿O tal vez habían decidido retroceder porque se habían desanimado? Guardó con cuidado el papel en el interior del anillo y se sentó al borde del precipicio lleno de calma.

Una hora después, un grupo de soldados fieles acudieron a su rescate y le explicaron que el ejército enemigo se había dispersado tras surgir una pelea entre dos cabecillas. Sus hombres habían aprovechado para reconquistar el territorio y la paz volvía a reinar en el país.

Decidió celebrar su victoria a lo grande: invitó a todo su pueblo a una semana de banquetes, torneos y bailes. Se asomó al balcón de palacio para recibir los aplausos de su pueblo. Allí estaban todos: grandes y niños, mujeres y hombres, ¡incluso los gatos y perros!

Sin embargo, lo que el emperador deseaba era reunirse con el labrador para agradecerle aquel regalo de tres palabras que, poniendo serenidad en su corazón, le habían salvado la vida.

Al caer la noche, montó en su caballo y fue en su busca para entregarle un regalo y devolverle el mensaje del peregrino, ahora que habían vuelto la paz y la prosperidad.

Pero el labrador le dijo:

—¿Quién te dijo que este mensaje era solo para los malos tiempos? Su verdad es clara y sirve tanto para los malos como para los buenos tiempos.

Sin entender qué le había querido decir con eso, el emperador volvió a leer el mensaje: «ESTO TAMBIÉN PASARÁ».

—Nada permanece, todo pasa —dijo el labrador—, lo malo y lo bueno. Las cosas que nos suceden y también las emociones que nos provocan. La alegría y la tristeza, el miedo y la seguridad, el dolor y la felicidad… son caras de una misma moneda: nuestra vida. Hay que vivir el momento y saber aceptarlos por igual. 

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