Un hombre ya muy mayor, al ver que no podía
valerse por sí mismo, decidió irse a vivir con la familia de su hijo.
Los años habían pasado y su vista estaba muy
cansada, caminaba muy lentamente y en muchas ocasiones le temblaba todo el
cuerpo.
Pero el gran problema venía cuando toda la
familia se sentaba a la mesa, pues a él le costaba masticar y eso le obligaba a
hacer mucho ruido cuando tenía la comida en la boca. Además, al coger los
cubiertos con sus manos temblorosas, muchas de las veces se le caían al suelo,
tiraba la sopa o derramaba toda el agua del vaso.
El pobre hombre se sentía tan inútil... sobre
todo cuando pensaba en lo fuerte y ágil que había sido de joven, en todas las
cosas que había conseguido hacer. No le gustaba nada ser tan dependiente de los
demás, pero no podía hacer otra cosa.
Un día, su nuera, convenció a su marido de que
no comiera con ellos.
-¡Ya no lo soporto más! -le dijo-, siempre hay
comida por el suelo, se moja la ropa, no deja de tirar cubiertos... y además,
mastica tan lento, que al final si decidimos esperarlo siempre llegamos tarde
al trabajo.
Finalmente, tras las continuas quejas de su
mujer, el hijo del anciano decidió ponerle una pequeña mesa en otro cuarto y
comprarle un tazón de madera.
Así, pensó, instalado en otra habitación ya
podrá comer a su ritmo, y con el tazón de madera ya no pasará nada si se le cae
al suelo, pues este no se romperá y no habrá que estar recogiendo los trozos.
Así pues, a los pocos días, el anciano comenzó
a comer solo en el otro cuarto. Aunque él no hablaba, sus ojos lo decían todo,
pues de vez en cuando miraba a su hijo y se le saltaban las lágrimas.
De hecho, a partir de aquel momento comenzó a
comer menos, no solo porque le costara más, sino por la tristeza de verse allí
solo, apartado de su hijo, de su nuera y, sobre todo, de su nieto.
La familia intentaba mirar hacia otro lado
como si no pasara nada y el único que de vez en cuando preguntaba por el abuelo
era el nieto. Pero las respuestas eran todas muy prácticas: así está mejor,
come a su ritmo, no se pone nervioso...
Fueron pasando las semanas hasta que un día,
los padres vieron como su hijo llevaba toda la tarde jugando con dos trozos de
madera, los había estado modelando a base de golpearlos aquí y allí.
-Vaya, ¿qué es eso? -le preguntaron.
-Esto es para vosotros.
-¿Ah, sí?
-Sí, estos son los dos tazones donde vosotros
comeréis cuando yo tenga mi familia y seáis mayores. Y así, yo estaré en el
comedor y vosotros podréis estar en ese rincón donde ahora come el abuelo.
A partir de aquel momento volvieron a comer
todos juntos.
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